El préstamo Claudia paga en abonos con su cuerpo
El préstamo: Claudia paga en abonos

Claudia no podía abrir los ojos, apenas podía respirar y el olor era sofocante. Pero esta historia comienza un mes atrás.

Claudia cumplió dieciocho y de regalo, sus padres le regalan el teléfono que tanto quería. Gastaron dinero que no tenían en complacer a su nena adorada. Más de veinte mil pesos. La tragedia vino una semana después. En una salida con sus amigas, olvidó su teléfono en el taxi. Por más que marcó e intentó localizar al conductor le fue imposible. Lloraba y le temblaban los labios.

—Luego te compras otro —Le decían sus amigas, intentando consolarla.

—No entienden… puta madre, ¿qué voy a hacer?

En cuanto llegó a su casa, su papá la recibió a regaños.

—Tengo dos horas llamándote, no contestas los mensajes, ¿dónde andabas?

—Estaba en casa de Lupita, hicimos una tarea.

—¿Pero por qué no contestas el celular? —no podía decirle que lo perdió, la garganta se le quebraba.

—Se me acabó la pila y lo dejé cargando… se me olvidó —trató de subir a su habitación pero, desde la cocina su madre gritó enojada.

—Mira niña que no nos costó dos pesos para que lo andes dejando donde sea.

Mientras estaba tirada en su cama, con ese vacío en el estómago repasaba sus opciones. Ser sincera con sus padres. Fingir un robo. O tal vez…

Buscó su teléfono viejito y abrió los contactos, ahí estaba Manuel, su vecino. Tenía un pequeño negocio de auto lavado. Siempre le decía que pidiera lo que fuera, pero obvio ella se oponía. Manuel estaba cercano a los cincuenta años y además era el papá de su mejor amiga Abril. Respiró onda y apretó el botón de llamada…

—Hola

—Hola hermosa, que milagro. Va a llover mamacita.

—No sea así don Manuel…

—Quítale el “Don” ¿tan viejo estoy?

—No es eso… pero pues… quería pedirle un favor muy grande —la voz volvía a quebrarse, y ahora le temblaba todo el cuerpo que tenía una extraña sensación de frío.

—Ya me platicó mi hija de tu teléfono… pero es un chingo de lana mija…

—Pero se lo pago, si lo saca a meses o así…

—Mira, sin rodeos. Tú sabes que me gustas… —la pausa fue de segundos y a Claudia le pareció una eternidad.

—…

—¿Sigues ahí?

—Si… —Respondió con la boca totalmente seca.

—Yo te quiero dar una buena sacudida mijita, pero igual es mucha lana.

—No… sexo no…

—¿Entonces con que piensas pagarme? ¿Con tus domingos? Mira mija, nos ponemos de acuerdo o búscale por otro lado… me avisas.

Aunque dio por terminada la negociación, Manuel no colgó. Escuchaba la respiración agitada de Claudia.

—Es que… pero sexo no…

—Mija, y si me das unas mamadas de verga. Ya sabes eso, vi los mensajes donde le platicabas a mi hija de tu novio. Te doy trescientos por cada sacada de leche y ahí me vas pagando… ¿le entras o qué?

—Es muy poquito —Manuel tenía ya la verga dura solo de sentir que dominaba la situación y que esa morrita por fin estaría en sus manos.

—quinientos y es mi última oferta, son como veintitrés mil que voy a desembolsar.

—Pero Abril… ¿no se entera de nada verdad?

—Ni madres, es entre nosotros, ¿se arma pues o qué? —el bulto en su pantalón estaba a punto de estallar, igual que sus pulsaciones. Solo esperaba una respuesta.

—Si… pero lo ocupo mañana…

—Mija, saliendo de la escuela te vienes directo al auto lavado. ¿De qué color quieres tu telefonito?

—Negro…

—Te veo mañana mija, no te rajes que voy a comprarlo en la mañana. Ya con la factura hacemos cuentas.

—Si…

Al día siguiente, Claudia se despidió de sus amigas. Fue extraño despedirse de Abril sabiendo que iba directo a ver a su padre, todas aún estaban angustiadas por ella, pero ella se veían más tranquila y confiada. Eligió los jeans azules con los que se le marcaba más el culo, sus nalgas eran bellas y redondas. También eligió la camiseta de osos. Era vieja, así que se ajustaba muy bien a sus tetas. Cuando llegó, los trabajadores la miraron de arriba abajo.

—¿Ya es navidad? —dijo uno mientras los demás chiflaban.

—¡como la traigas mamacita!

Enseguida salió don Manuel y todos callaron como por acto de magia.

—¡¿Mucha pinche fiesta no?! —la miró con el mismo morbo que los trabajadores y la guio hasta su oficina, en cuanto entró cerró la puerta y las cortinas.

—Hola…

—Hola chiquita, acá esta tu encargo. Negro, 120 gigas de memoria y en plan para que nunca te falten datos o saldo.

—Gracias…

—¿Gracias? No mija, acá esta la factura. 23,500 o sea 47 mamadas.

—Otra vez la garganta de aludía se secó, pensaba que se le olvidaría esa parte del trato. Pero don Manuel ya sobaba sobre su pantalón aquel bulto que debía meter en su boca.

Él la acercó y puso su mano sobre aquel bulto, Claudia podía sentir el pedazo de carne, duro, bien firme. Don Manuel bajó su cierre y aquella verga saltó buscando la salida. Ella cerró los ojos y se inclinó. Pero la detuvo.

—No, así no. Arrodíllate, quiero ver tu cara mientras me a chupas —Ella obedeció casi sin poder cuestionar y en cuanto levantó la mirada, la tomó de la cabeza y la condujo hacia él.

—¡ouch! —La verga chocó contra sus labios, ella volteó la cara, pero enseguida Manuel la enderezó.

—Abre esa boquita mija y ve acostumbrándote. Eres mi putita.

En cuanto separó los labios, entró la verga con fuerza. Se sintió asfixiada, luego él sacó su verga ya embarrada de saliva y recogió su cabello con ambas manos para ver ese rostro angelical.

—Dale mamita, chúpame la verga

—Pero despacio…

—ándale dale, a tu ritmo mija.

Claudia ensalivó aquella verga, chupó suavemente mientras sentía él estremecimiento de Manuel.

Con el cabello recogido, podía mirar esa carita angelical llenarse de su verga, no era muy grande, pero tenía tamaño suficiente para llenarle la boca. Al principio le dio un poco de asco. Pero recordaba que gracias a él tenía teléfono nuevamente y chupaba con más fuerza.

—¡haaag! Haaaa!

—No mames, chupas bien rico cabrona sabía que esa boquita me haría feliz!

Y aunque estaba disfrutando, sentía como iba a estallar en cualquier momento. Apretó más su cabeza y terminó llenándole la boca de semen.

—¡haaagh! Hahggg!

—No mames no mames no mames!

Inevitablemente tragó el semen, no pudo sacar esa verga de su boca, el sabor que ya conocía estaba en su garganta. Los pocos fluidos que quedaron los escupió mientras Manuel la miraba sonriendo de oreja a oreja.

—Así no…

—¿Así… cómo? —preguntó mientras se subía el cierre guardando su verga.

—No me gusta comérmelos…

—¿Entonces? Bueno, mañana ya no te los comes ok

Salió limpiándose la boca y escuchando los comentarios nuevamente.

—¡pinche viejo suertudo!

—con dinero dirás…

—Pinche viejo cabrón, está bien buena.

—¿de a cómo será? Yo si le pago guey!

Al día siguiente llevo una liga para su cabello, aún le dolía la cabeza de los jalones que le dio Manuel. Se despidió de sus amigas y llegó directo a la oficina, sin molestarse en escuchar a los trabajadores.

—Hola hermosa —Ella cerró la puerta y se arrodilló, con sus manos buscó la verga en los pantalones de Manuel.

—¿Hoy traes ganas?

—Quiero pagar mi deuda —El pene estaba aún flácido y fue cobrando tamaño y dureza a cada mamada. La lengua de Claudia daba vueltas en la verga y luego la metió por completo. Chupaba con ganas de terminar lo antes posible y escuchaba los gemidos de Manuel. Que grababa con su teléfono aquel momento de placer. Enseguida sintió como se retorcía y sacaba su verga. Pensó que acabaría en el piso, pero Manuel apuntó a su cara y soltó unos chorros de leche que cayeron en su frente y ojos, resbalando por sus labios, por su barbilla.

—Así tampoco me gusta… —decía sin poder abrir los ojos.

—Pues es así o te los comes, para tirarlos a la coladera en mi casa.

—¿con que me limpio?

—¿que?

Manuel buscó, pero no tenía nada ahí, entre risas le dijo.

—El baño está del otro lado, o están las mangueras a presión mija.

—Hay —con un poco de papel se limpió los párpados y la boca, luego con su camiseta otro poco. Sentía pegajosa su cara. Aun así salió sin mirar a nadie y en la esquina compró un agua. Un señor que vendía nieves la oraba con morbo.

—¿De qué te ensuciaste hija?

—De nada —se fue directo a casa y se bañó, se sentía sucia. Por fortuna era viernes y lo vería hasta el lunes.

Para el lunes, Claudia llevaba papel, toallitas húmedas y una diadema. Entró directo a la oficina y vio a Manuel con otro señor.

—Perdón, regresó en diez minutos.

—No no no, quédate, hoy vas a dar abono doble —ambos se sonrieron.

—Así no…

—Así si, ¿no que te urge pagarme cabrona? —cerró la puerta y ambos bajaron sus pantalones, el otro era un tipo gordo, sudoroso.

—¡Órale que tienes chamba mija!

—Está bien bonita cabrón…

—Dato importante, no se los come. Se los embarramos en la cara.

—¡No mames la compro!

—No, así no…

—¡A mamar pendeja! —Claudia con un nudo en el estómago comenzó a chupar la verga de Manuel, la del otro tipo le cocaba en la mejilla esperando su turno. Cuando pudo entrar le jalo la cabeza para meterla a fondo.

—Despacio cabrón, la vas a desnucar.

—Pinche morra está bien sabrosa no mames ¿cuánto por coger?

—¡Puras mamadas carnal, es el trato si te gusta!

—¡Me encanta!

Con las manos se ayudaba para masturbarlos mientras su boca se ocupaba de uno y otro. Hasta que el gordo sacó su verga se vino en su cara, lo choros le mojaron la frente, estaban escurriendo cuando otros con más fuerza chocaron en sus ojos.

—¡Hija de la chingada no mames que rico!

—¡Mira como quedó la cabrona!

Claudia sacó a tientas su toallitas y limpió a conciencia su cara.

—¿Así tampoco mija?

—No…

—¿por que?

—Es mucho… no me gusta.

—¡Es mucha leche ja ja ja!

—Tremenda pendeja.

Salió enojada y se fue pensando en no volver a hacer eso con dos tipos a la vez. Y lo conseguiría. Al día siguiente cuatro tipos esperaban con sonrisas perversas.

Al parecer traía a todos sus amigos, cerró la puerta antes de que ella quisiera escapar.

—A este paso, vas a acabar de pagarme muy rápido niña.

—¿Y es mayor?

—Sí, cumplió dieciocho hace quince días.

—Neta está bien sabrosa —dijo el gordo de la semana pasada.

—A darle mija, no vinimos a platicar.

Apenas empezó sentía una tras otra las vergas entrar a su boca sin descanso, chupaba y jalaba con ambas manos. Le dolía la mandíbula y tenía adormecidos los brazos. Mientras escuchaba a todos festejas al rededor suyo.

—¡Pinche chamaca pitando mames!

—Pinche boquita y mira como mamá verga la cabrona.

—¿En su cara dijiste?

—¿A poco ya? —Preguntó Manuel de modo burlón.

—¡No a diario te la chupa una morrita así de rico!

Uno a uno fueron terminando sobre su rostro, manchando un poco su cabello. Sus párpados le pesaban, no abría la boca porque se filtraba el semen en su boca. Sentía como escurría por su cara el fluido tibio de esos cuatro tipos que reían para sí, festejando el tenerla como su puta.

Se acabó las toallas y no limpió por completo el semen, salió a comprar agua y el señor de las nieves la miraba enjuagarse incrédulo.

No fue hasta el viernes, aún le dolía la quijada, Manuel le prometió que solo sería el, así que llegó a tiempo su kit de limpieza, pero apenas y cabían en esa pequeña oficina. Eran siete en total. Claudia se quedó en el umbral de la puerta. La jaló Manuel y ella con la cabeza abajo, balbuceaba que no quería. Pero con el ruido de todos nadie la escuchaba, algunos le estaban metiendo mano en el culo y en sus tetas. Así que se arrodilló para terminar de una buena vez con eso. El primero que puso su verga frente a su boca fue el señor de las nieves, que sonreía de oreja a oreja.

—¡Viejo cabrón!

—Los mejores mil pesos invertidos en mi vida.

Mientras ella se ocupaba de chupar cuanta verga le llegaba, un mar de manos logró zafarle la camiseta y bajarle un poco el pantalón. Dejando a la vista sus nalgas perfectas. No tenía manera de detenerlos. Solo mantenía la boca abierta recibiendo trozos de carne sin descanso.

—No, yo ya no aguanto…

—¿Otra vez? Pinche precoz cabrón.

—Voy, no mames voy…

Solo sintió el primer chorro mojar su rostro, después cayeron uno tras otro. Algunos incluso les dieron tiempo de volver a lanzarle su leche por segunda vez.

Sentía la cara pesada, el semen le escurrí por sus tetas desnudas y rojas de tanto apretón. Mientras intentaba inútilmente quitarse las plastas de semen, seguían agarrando sus nalgas, apretando sus tetas e insultando sin parar.

—¡Qué buena puta!

—Déjate dar unas metidas de verga cabrona

—que te animas, yo jalo mija.

Se puso su camiseta y salió, era notoria la viscosidad en su rostro, viajó en el autobús con la cara abajo, además apestaba a semen. Se bañó y al salir le reclamo por teléfono a Manuel.

—¿Qué pasó?

—Es que así ya no… además les cobras mil yo solo te abono de a quinientos

—Son negocios flaca, pero mira. ¿Quieres acabar rápido de pagarme?

—Sí, pero ya no lleves más, me duele la quijada.

—Te cogemos mija, con condón, puro normalito, nada por el culo ¿o te gusta?

—No… duele mucho…

—Hay cabrona, ¿qué dices? De a mil por cabeza? Y aparte te doy dos mil a ti.

—No se…

—Ya nada más te quedarían cinco de tu deuda.

—No, con los siete no.

—Ándale, te vienes el lunes que descansan los trabajadores para que no estén chingando.

—Bueno… pero normal… —Claudia estaba acorralada, ya no quería, pero debía terminar de pagar, además su amiga Abril le preguntaba a ¿dónde iba y como había pagado un nuevo teléfono? Sospechaba.

Cuando llegó, vio incluso a uno de los trabajadores aplaudiendo. Eran diez, todos con una tira de condones en la mano.

—Pásale mamacita, estamos todos listos.

—No… son mochos no.

—Huy ya se espantó

—A mi me regresas mi dinero —dijo uno enojado.

—cálmate, esta morra aguanta, es buena puta.

La tomó de la cintura y la pasó hasta el escritorio, Claudia llevaba un vestido corto. En cuanto la recargó, le alzó el vestido y mojando sus dedos los hundió en ella.

—Hay!

—Nada de hay, ya saben, con condón y nada por el mil arrugas. Le duele.

Otra vez el de las nieves fue el primero en hundirle su verga de un empujón.

—Hay, me duele…

—Métanle algo en la boca para que se calle.

—Voy… —enseguida una tras otra las vergas ocuparon su boca y tuvieron que jalar al nevera para que dejara de penetrarla.

—haaaag! Haaaay! Haaaag!

Los ruidos guturales que generaba Claudia se intensificaban a cada cambio en sus espaldas. Esta vez, todos tomaban su turno. No querían terminar enseguida. Sus nalgas ya enrojecidas chocaban contra las vergas de cada uno de los señores. El escritorio era muy pequeño, así que ella quedaba empinada con sus nalgas bien levantadas. Ni siquiera le quitaron sus calzones lilas, solo los hicieron a un lado. Aunque su vestido y brasier ya estaban tirados en un rincón. No tenía descanso, uno tras otro ocupaba su puesto para poseerla.

Casi una hora después el primero la jalo para terminar sobre su cara, los demás botaron sus condones y se auto estimulaban hasta tener su turno. Los chorros atravesaban su rostro. Frente, mejillas, labios, párpados. Y lo que escurría sobre sus tetas hasta sus pies. A pesar de parecer que no, Claudia lo disfrutaba. Le había agarrado el gusto a él sexo, le ardía su panochita, le dolía la quijada y aun así quería sentir más semen en su cara. De pronto sintió como todos se iban.

—Yo me voy viejo

—Creo que yo también.

Cuando Claudia logró limpiar sus párpados y abrir un poco sus ojos, vio a su amiga Abril frente a ella. Boquiabierta y furiosa. Su papá aún con la verga de fuera, trataba de explicarle.

Mientras Abril ayudaba a Claudia limpiarse todo ese semen de la cara, le platicó que él era un cabrón. Que una vez la apostó en un partido de fútbol y ella tuvo que tener sexo con un tipo asqueroso. Obviamente le dio tanto dinero para que ella aceptara y no le dijera a su madre.

—Cuando te vi con un nuevo teléfono, sospeche de él.

—Perdón… Claudia estaba avergonzada. Se fueron sin dirigirle la palabra a Manuel.

—Ándale vamos, te llevo a tu casa. Ya pedí un taxi.

—Gracias… yo no quería… pero mis papás me matarían…

—Ya tranquila.

Pasó una semana, Claudia le mando mensaje a Manuel.

—Hola, todavía te debo dos mil.

—¡¿Cuándo me pagas?! —Manuel rogaba porque su hija no le dijera a su madre o peor aún a los padres de Claudia. Pero pensaba que siempre obtenía lo que quería.

—Voy al rato, pero tú solo…

—Si mamita, acá te espero.

Claudia llegó, la rechifla de sus trabajadores era la señal. Entró y lo saludo de beso. Le pidió que se sentara, que pagaría su deuda. Pero necesitaba hacerlo a su manera.

—¿Y cómo es eso? —preguntó con risa sádica.

—Siéntate, déjame a mi lo demás —le sujetó las manos por detrás del respaldo de la silla, se aseguró de que el nudo fuera fuerte. Luego amarró sus pies a las patas de la silla.

—¡Mírala quien te viera con esa carita de ángel! —ahora ella sonreía, detrás suyo apareció Abril.

—Hola papito, yo le voy a cooperar a Claudia —Llevaba un vestido corto floreado que apenas y le cubría las nalgas.

Abril era más bajita, pero con piernas y cara bonita. Aunque era el mismo demonio. Su cara dulce, su cuerpo bonito y sus facciones finas engañarían a cualquiera.

—¡Que chingados haces aquí! —aunque se quería mover, no podía más que agitarse en su lugar.

—Ya te dije, cooperando. ¡Hey, vengan acá! —Les gritó a los trabajadores que veían boquiabiertos aquellos dos bombones.

—¡Abril… no!

—Y son cuatro, mira. Justo lo que se necesita para saldar la deuda.

En cuanto el primero de sus trabajadores le tocó el culo a su hija, Manuel estalló. Gritando como loco.

—¡SI LA TOCAS TE MATO CABRÓN! —Los cuatro dieron un paso atrás, pero Abril los jaló, justo frente a su padre. Luego se quitó el vestido, se arrodilló y amarró su cabello. Enseguida ellos sacaron sus vergas. No perderían esa oportunidad única.

—Perdón jefe, pero…

—¡Te vas a quedar sin chamba pendejo!

—¡Me vale madres, pendejo! —Abril comenzó a masturbarlos, para poner firmes aquellas todavía flácidas vergas. Lógicamente olían a sudor, jabón y crema para pulir autos.

—No dejes que se voltee —Le dijo a Claudia quien sostenía la cabeza de Manuel para que viera en primera fila, aquel espectáculo.

Comenzó a mamar vergas, ella era experta. Ensalivó a todos y cada uno. Las metía hasta su garganta mientras los cuatro trabajadores le sobaban los pechos, pequeños, pero firmes. Jaló a Claudia y ambas se besaron.

—¡Está bien chula su chamaca!

—También la güera, pinches nalgotas.

—¡CÁLLATE CABRÓN! ¡ABRIL… POR FAVOR YA BASTA!

—¿por qué? Si estas vergas saben delicioso. ¿O no? —Le preguntó a Claudia que asintió mientras mamaba una verga con intensidad.

—Déjelas patrón, quieren verga.

—¡YA BASTA CARAJO! ¡Claudia perdón!

—Cállate o también me los cojo…

—shhh… —Dijo Claudia poniéndose un dedo en los labios

—¡No no, amor! Podemos llegar a un arreglo. ¡Pero ya para, ustedes los voy a matar hijos de su puta madre!

—¡No mata, pero después queso saquen toda la leche!

—Te dije… —Se levantó, para recargarse en él, podía sentir el olor a mugre salir de su boca. Con las nalgas dispuestas, se empujaron hasta que uno por fin la tomó de las caderas y metió su verga. Mientras otro le llenaba la boca de verga a Claudia.

—¡Mijita, ya aprendí la lección… ya! —Abril pujaba frente a su cara, haciendo que las tripas se le revolvieran. Luego Claudia se levantó y se acomodó a su lado, le bajaron los shorts que llenaba y le hicieron a un lado su calzón para penetrarla. Ambas se besaban mirando de reojo a Manuel.

Uno a uno tomaron su turno, eran torpes y atrabancados. Aunque no estuvieran metiendo su verga, metían sus manos por todos lados. Cuando uno empezó a pujar como si se ahogara. Abril se separó. Aunque Claudia sacó la verga de Manuel para chuparla mientras veía como las usaban aquellos tipos andrajosos.

—¿En la cara verdad papi? —Manuel explotó y movía la silla como lunático.

—¡NO MAMES YA CHINGA!

— ¡A güevo! —dijo el primero acercando su verga hasta su cara.

—Yo también quiero —Dijo Claudia arrodillándose ante ellos.

Los chorros mojaron su rostro mientras ella le sonreía a papá, otro desesperado no atinó y lanzó sus chorros de semen en Claudia mojó su cabello manchándole el pantalón a Manuel. Claudia chupó el pantalón hasta tragarlos. Luego le mamo otro poco la verga. Amarrado no lograba más que quejarse.

—HIJO DE TU PUTA MADRE! —Los ojos parecían salírsele, la quijada estaba trabada y los puños apretados. Con una gran erección a causa de los labios de Claudia.

—¡Chinga tu madre puto! —Le dijo mientras sacudía su verga en los labios de Abril y se quitaba para que otro terminara. Este, el más joven, lanzó chorros espesos, marcaron líneas sobre la cara de ambas. Escurriendo lentamente por sus mejillas.

—¡Qué rico cabrón! —Dijo Claudia mientras miraba a su amiga, ambas reían cómplices. El último tuvo que pasar unos minutos masturbándose antes de aventar unos débiles chorros que apenas mojaron sus pechos.

Aún con el semen en su cara, Abril le dijo a su padre.

—Si los despides, los buscó y me los vuelvo a coger —Mientras Claudia seguía mamándole la verga.

—¡LOS VOY A MATAR A LOS PUTOS!

Claudia sintió el bombeo de semen en su boca, lleno por completo.

—Entonces buscó a tus amigos y también me los voy a coger, ¿son diez? Tú dices.

—Yo le ayudo —Dijo Claudia mientras le escurría el semen de la boca.

—Bueno ya, pero suéltame.

—Ahí sí, háblale a tu esposa e inventarle algo, yo me voy de compras con mi amiga —sacó las tarjetas de su pantalón, se limpió la cara con uno de a quinientos y se lo regresó a la cartera. Luego se volvieron a besar compartiendo el sabor de todos ellos.

—¡Ya no mames!

—Y deja, en paz a mis amigas.

—O paga más —Dijo Claudia a carcajadas.

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